El país en el que me ha tocado
vivir se asemeja mucho al que era hace más de quinientos años, antes de La Conquista de
México, sobre todo en los últimos quince años.
Es de sobra conocido que el
sacrificio humano era práctica cotidiana de nuestros indígenas, la cosmovisión
indígena necesitaba el sacrificio humano para la supervivencia del universo. De
este modo la muerte de indígenas, en la piedra de los sacrificios, salvaba al
cosmos, pues con su sangre alimentaban a los voraces téotl que de esta manera
dejaban que el universo siguiera existiendo.
Desde la mentalidad indígena no
era una acción grotesca, era una acción heroica, pues con la muerte de una
persona salvaban a toda la humanidad.
Además los indígenas tenían sus Tzompantli, una especie de
vitrina donde se mostraban los trofeos de guerra, un altar hecho de cráneos
humanos.
En el México de ahora los téotl,
que es aquel que se hace pasar por dioses, siguen existiendo. Dios es el único
ser capaz de dar vida y por tanto, capaz
de quitarla. La violencia que azota a nuestro país nos demuestra que los téotl
existen, pues hay gente que decide quien muere y quien vive. Hay gente que
mata, que asesina por dinero, por droga o por poder. Gente que juega a ser dios
tomándose atribuciones que no le corresponden. Los téotles siguen vigentes.
Los sacrificios humanos siguen
vigentes a pesar de que Tenochtitlan y
su religión extinta se encuentre ya. A diario, en este país desgarrado, mueren
personas que son sacrificadas por aquellos a quienes hoy llamo téotles. Algunos
sacrificios sirven para levantar conciencia como el caso
Sicilia, que tras el sacrificio del hijo del poeta Javier Sicilia, miles de
personas movidas pasionalmente se entregan a un movimiento de protesta.
Los Tzompantli aparecen
descaradamente por todas partes, a cualquier hora del día y en cualquier lugar.
La autoridad no para de encontrar restos humanos de sacrificados: cabezas,
brazos, cuerpos mutilados que a diario se encuentran a todo lo largo y ancho
del país, en fosas
clandestinas o a flor de tierra.
Fuente: ver aquí
El mundo cambia, las costumbres a veces no. A casi quinientos años mi país parece regirse por las mismas costumbre y por la misma religión de quienes habitaron antiguamente estas tierras. ¿Quién es más bárbaro, quién sacrificaba creyendo salvar a la humanidad, o quienes sacrifican por dinero, droga, poder o por salvarse a sí mismo?